“Torreblanca es una esmeralda metida entre otra”: 40 años de la visita del Beato Alvaro del Portillo a Torreblanca

Crónica de Guillermo Romero

Serían las 4 de la tarde del 24 de mayo de 1983 cuando el Beato Álvaro del Portillo arribó a Colombia procedente de Guatemala. Decenas de personas fueron hasta la terminal aérea a recibirlo. Quienes pudieron estar más cerca de él, le manifestaron emocionados: “Padre, bienvenido a Colombia”.

Minutos después emprendió un recorrido por el sur de la ciudad para buscar la salida hacia Silvania, donde pasaría unos días en Torreblanca. Llegó en compañía de don Javier Echevarría y don Joaquín Alonso y mientras contemplaban el verdor de las montañas y admiraban la cantidad de imágenes de la virgen en el camino, rezaron una parte del Rosario. Era la segunda vez que el beato Álvaro visitaba Colombia. La primera fue el 15 de agosto de 1974 cuando acompañaba a san Josemaría Escrivá de Balaguer en viaje apostólico por América, pero su estado de salud por un resfriado que lo había tomado en Ecuador y por recomendación médica, interrumpió su visita el país y prosiguió hacia Caracas. Unos cuantos miembros del Opus Dei los alcanzaron a saludar en el mismo avión unos minutos en los cuales aprovechó para enviar su bendición y hacer la promesa de visitar a la Virgen de Chiquinquirá.

Por el temor a la altura de Bogotá, con esos 2.660 metros sobre el nivel del mar, los organizadores de la visita del beato Álvaro determinaron que lo mejor sería planear las tertulias en Torreblanca, donde el clima y una altura de 1470 serían mejores para los visitantes. Cuando se conoció la visita del Padre a Colombia, a finales de 1982, Torreblanca estaba en construcción. Estaban sin concluir los detalles para concluir con el sueño de años de tener la primera casa de retiros del Opus Dei en el país. Durante muchos años los retiros, convivencias, reuniones se hicieron en fincas, casas y hoteles de diversa índole, prestados por amigos. Los primeros diseños de Torreblanca se hicieron en 1974, se enviaron a Roma y luego de diversos cambios, análisis, presupuestos y lo más difícil: conseguir el dinero para la inmensa obra, se concluyeron unos 8 años después.

Fueron tiempos de oraciones, peregrinaciones, peticiones acá y allá, para terminar la casa. Por eso, cuando se anunció la visita, el trabajo se intensificó. A las seis y treinta de la tarde de ese 24 de mayo, día de María Auxiliadora de los Cristianos, llegó el beato Álvaro del Portillo y en la puerta rezó una Salve y una Comunión Espiritual. De inmediato, también, hicieron sonar las campanas y emocionados vieron a los visitantes que contemplaron el lugar .

Visitó entonces el oratorio de Farallones, se detuvo unos instantes ante el Sagrario y le pidió a la administración que le comunicaran con sus hijos de Guatemala para informarles que habían llegado bien. Luego de la cena, tuvo una tertulia en el Patio Central de Torreblanca donde habló de su novena ante la Virgen de Guadalupe, sus recorridos por México y la labor apostólica en otras regiones como Guatemala. El 25 de mayo fue un día con bastante actividad. Además de la celebración de la Santa Misa, atender a docenas de hijos suyos en las tertulias y en charlas breves, sembró una araucaria –que ha debido podarse en varias oportunidades por el crecimiento que ha tenido—y bendecir en una ermita a una imagen de la Virgen del Carmen que donó para la contemplación de quienes vayan a Torreblanca.

Estoy muy contento de encontrarme entre vosotros, y doy gracias a Dios, porque al fin he podido venir. Quiso hacerlo nuestro Padre…pero enfermó. No pudo venir aquí, porque no lograba ni tenerse en pie. Se lo ofreció al Señor y regresó a Roma con el deseo de hacerlo en cuanto fuese posible…Y ahora vengo yo a veros, hijos míos, a cumplir con esta obligación moral que sentía como un peso, un dulce peso de los que no pesan”, estas fueron las primeras palabras del Padre en el Patio Colonial de Torreblanca, ante un grupo de hijos suyos procedentes de distintas ciudades de Colombia.

Al final de la tarde, estuvo también con sus hijos en La Rotonda, un banco circular rodeado de flores. Estuvo encantado en Torreblanca, y lo dijo, pero consideró que para las personas sería más difícil desplazarse desde Bogotá, por lo que pidió buscar un centro en la ciudad para el resto de días de su visita.“¡Qué nación tan estupenda! Yo ya lo sabía: lo he visto desde el avión. Me he quedado admirado de este verde. Todo el país parece una gran esmeralda. Y Torreblanca es como una esmeralda dentro de la esmeralda”, dijo el Padre a un grupo de hijos suyos que le entonaron varias canciones.

Habíamos llegado al final. El Padre se levantó, se despidió de nosotros y se alejó con don Javier y don Joaquín. Era ya de noche. Al pasar junto a la imagen de la Virgen del Patio Colonial, encendió la lámpara votiva y rezó una Salve, a la que se unieron los que le acompañaban.

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